Hay
un muerto en Tierradentro. ¿De quién es el cadáver, de quién esa osamenta
maquillada con sueños y esperanzas vanas que provienen de los mercaderes de
lágrimas? ¿Quién se hará cargo del delito terrible, quién de las esquelas y de
las flores que huelen a muerte? Los perros callan por algo así como respeto,
los poetas sucios de palabras y mermelada componen un réquiem, los comerciantes
aceitosos, aceitados confabulan durante el gran convite la noche del funeral.
Pero ¿de qué funeral hablamos? El cadáver aguarda estaqueado cual un modelo
aficionado. Las aves conforman una corona sobre la testa del difunto canalla. ¿Y
si no es un canalla? ¿Y si no lo ha sido jamás? Respondan a mi pregunta los
dueños del pueblo. Tierradentro es un lugar macabro. Nadie ha de responder a
las atrocidades nocturnas. Se completa el sueño de una ninfa desprotegida y se
encaminan los negocios de una madama despreocupada. Todo es ilegal en
Tierradentro. Todo se confunde como las máximas del Tártaro. Todo está apretado
y sudoroso, ácido y vergonzoso como el beso de las prostitutas. Almas paganas
gobiernan el río que se nutre de la sangre de los que no saldaron sus cuentas.
Todo apesta. Todo se acelera y resquebraja. Todo se pudre. Un hijo pródigo y
una literatura barata, de cordel.
Texto de Leonardo Nieto
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